Jaime Donoso A.
En la Temporada Internacional Fernando Rosas, de la Fundación Beethoven, el lunes se presentó el conjunto holandés Concertgebouw Chamber Orchestra en el Teatro Municipal de Las Condes.
Rosanne Philippens y Jae-Won Lee fueron las solistas en el concierto para dos violines BWV 1043, de Bach. Con gran técnica y musicalidad abordaron sus respectivas partes con perfecta hermandad, pero sin renunciar a sus personalidades individuales, lo que hizo que el diálogo polifónico tuviera el más alto interés. La versión no pretendió constituirse en un magisterio estilístico y el uso del vibrato y algunos crescendi -que podrían causar escozores a los puristas- fueron sobriamente administrados, beneficiando la claridad del complejo contrapunto y la expresividad, lo que fue patente en la estupenda interpretación del segundo movimiento, Largo ma non tanto .
Johannes Bernardus van Bree (1801-1857) fue una «gloria local» en la música holandesa. Su labor como compositor, violinista, director y profesor le otorgó una merecida fama y su aporte habría merecido una mayor proyección internacional. Su gran oficio queda demostrado con su «Allegro para cuatro cuartetos de cuerda» (ca. 1845), obra escuchada en el concierto. Conjugar 16 líneas repartidas en cuatro grupos autónomos, pero integrados, es un desafío mayor, pero el resultado musical va mucho más allá de una demostración de artesanía superior, pues junto al tratamiento ortodoxo del plan sonata y del desarrollo motívico, Van Bree despliega una lírica vena melódica, genuinamente romántica. No fue un tema menor la regocijante entretención para la vista y el oído al tratar de identificar en el espacio del escenario el lugar de procedencia del sonido, en una especie de constante «cuadrafonía». Los cuatro cuartetos, perfectamente equilibrados, brindaron una versión insuperable.
Rosanne Philippens fue la solista para el Concierto en mi mayor BWV 1042, de Bach. Nuevamente exhibió un Bach exuberante, puntuado con enfáticas acentuaciones y tempi muy rápidos, particularmente en el «rondó en cadena» ( Kettenrondo ) del tercer movimiento, que vio algo afectada la claridad de las figuras rítmicas en la última intervención solística. Fuera de programa, la solista, acompañada de la orquesta, interpretó con derroche de virtuosismo un arreglo (R.Schumann/ M. Waterman) para el Preludio de la Partita Nº 3, de Bach.
Difícil imaginar una mejor interpretación de la Serenata para cuerdas, Opus 22, de Dvorak, obra final del concierto. La orquesta lució en pleno todas sus cualidades: sutiles dinámicas, exquisitos fraseos, flexibilidad agógica. Las ovaciones consiguieron un encore : un arreglo del Intermezzo para piano, Opus 118, Nº 2, de Johannes Brahms, que por la perfección de la interpretación pareció concebido originalmente para cuerdas.